posar ¿eso no basta para un novelista?

Friday, May 27, 2005

abordé el vuelo que me conduciría a Tokio y noté que varias personas hacían un nudo humano en el pasillo del avión, el calor húmedo de Kyoto y la idea de abandonar a Keiko me consumía animicamente. un pasajero, temiendo por mi equilibrio, sugirió que se me permitiera tomar mi lugar antes que a cualquiera, por el respeto que la vejez produce a los ingenuos (como si la vejez convirtiera nuestros ojos rasgados, de escasos párpados caídos, en ese gesto estúpido que garantiza la bondad). el nudo me abrio paso, al estar cerca de esos hombres jóvenes, sudorosos, supe que el analfabetismo había detenido el camino de los otros. esos robustos personajes no conocían ni la numeración ni el alfabeto y una madura azafata había aprovechado el desconocimiento para interrogarlos respecto a su procedencia, temía que no pertenecieran a nuestro japón. el perfume y las jugozas piernas de ella hacian equilibrio perfecto con el estridente color de labios y la plaquita con su nombre burdamente grabado: k-e-i-k-o: me derrumbé en mi lugar de primera, sofocado por la frase en la placa de esa mujer vulgar, los hombres que hacían el nudo no podían leerla. seguro en mi país la justicia divina se completa rotudamente, aquí cualquier analfabeta puede volar.

Thursday, May 26, 2005

como si Keiko hablara detrás de un muro sin remedio, encerrada en su caliente humedad, desesperada por alcanzarme con sus palabras, impotente, así me conmovió, me dió su lástima. a mi edad la compasión sucia por los otros me provoca un ingrato hueco estomacal que me hace actuar sin reparar en sus fatales consecuencias. otra vez volvía a tocar su barbilla, a entregarle mi espalda para mirar por la ventana para sentirme una vez más completamente muerto. "cuando la muerte es absoluta, para mi, es imposible volver. regresar al lecho en el que ya moriste es solo un sueño" tuve que hablarle así a esa niña perfectamente húmeda mientras me buscaba la mirada vacía con sus ojos en llamas. su silencio comunicaba la confusión, mi pobre Keiko, vivía la confusión que ya me atravesaba también como su último anzuelo. "ya he muerto aqui, pequeña" dije con suavidad y salí en busca del pan tierno que se fragua en las calles de Kyoto, en su noche de acceso sencillo para alguien de mi enorme prestigio.

Tuesday, May 24, 2005

sabía que cuando Otoko fuera conciente comenzaría entre nosotros una tregua sin fin. desde el día en que me pareció como deborada por la lluvia y sin necesidad de sus palabras supe que intentaba, que prentendía no volver a verme, he creído que me recuerda con más fuerza. yo alimenté su soberbia al grado de hacerla pensar que podría sobrevir sin estar a mi lado. me consume la idea de saberla tan sola, esperando que la vida regrese al mismo punto en que fuimos amantes, creyendo, más que en la fortaleza que yo sembré en su alma, en esa ridícula frase que me repugno siempre: el tiempo se dobla

Wednesday, May 18, 2005

¿qué es lo que espero? ¿que alguien llegue y por encima de lo que digo deje caer una lápida gris del tamaño justo y me borre? esa opresión sólo puede crecer desde el fondo del pecho, mientras reposo una vez más con la mirada hacia el jardín y el oído pendiente a la espera de Keiko. mi situación es lamentable. me he perfumado tanto para cubrir el aroma característico de quienes son ancianos sexualmente activos. repaso cada una de las miradas que me ha regalado esa niña. ella es lo que espero.

Tuesday, May 17, 2005

no

no me importó el abandono de Otoko en su momento, no pensé que jamás volvería a vivir algo semejante a ese amor retorcido. poco tiempo después de que ella desapareciera de mi vida para hacerme sentir el alivio y la libertad propia de cualquier cobarde degenerado que no encuentra salida, después de haber trasgredido los límites de la violencia sin obtener lo que de Otoko imaginaba me sentía sofocado por sus insolencias. cualquier frase que liberaba Otoko fluía arrojando las cadenas de sus insulsas pretenciones, una burda mueca intentando agradarme a toda costa. ¿cómo se le ocurrió que yo buscaba en su cuerpo algún placer intelectual? ¿qué intención ociosa le hizo pensar que podrían decirme algo sus cuestionamientos existenciales a través de pláticas que pretendía debatir sobre la cama? su nerviosa búsqueda del "pensamiento" no provocaba en mí más que las ganas de acabar con ella. tampoco supe que mi afán por profanar su sanidad infantil terminaría con una escapatoria risible para encontrarme sólo, buscando el animal de su mirada en cada una de mis conferencias, durante años sin resultado y sin descanso, mientras firmaba la única novela que consiguió establecer ventas permanentes en el marcado de Japón y donde, sumergido en la espesa oscuridad de mi dolor, no pude hablar más que de ella.

Monday, May 16, 2005

incluso un corazón abierto rítmicamente puede convertirse en piedra

niña

una indiscutible tristeza me posee. no entiendo bien cuál de todas mis pequeñas desgracias ha colaborado para enfermarme en tal medida. Fumiko, muy a mi pesar, nunca me ha consolado en lo abosluto, con todo y sus remilgos. me consuelan, en ocasiones, los ventanales que dan al hermoso jardín y el pensamiento que da vueltas sin detenerse sumergido en los colores de los árboles. desde este ventanal tampoco se ve el cielo. debo confesar que mi egoísmo ha sobrepasado mi vida propia. sentado aquí, en la orilla de la cama, con una mujer envejecida y ambiciosa a mi lado, la mujer perfecta para suplir en sociedad a cualquier "artista" que se jacte de maniobrar con clase. todavía recuerdo el pesado cabello oscuro cayendo sobre el brillo de su frente. cuando por primera vez vi a Fumiko supe que sería la inversión ideal para, de su mano, ascender el peldaño hacia esa seguridad literaria. debo admitir que envejeció con elegancia y me ha dado los hijos que podría exhibir cualquier perfecto y culto japonés. no entiendo aún porque hacia ella he dirigido todo mi desprecio.

pero usted es un artista, señor Oki, no sé si a Keiko le gustaría saber que me repugna su vanal observación. ¿tendrá ella idea del constante filo emocional que ocasiona ser un novelista? ¿sabrá que tal vez intente una novela y emplée en ella toda la vida sin llegar a concretarla de manera satisfactoria para intelecto alguno, incluso, el intelecto reducido de esa amada niña que asevera con certeza y sensualidad que yo soy un artista? pensé que el amor por Keiko nunca se acercaría a ese ademán lastimero que me obligó a acariciar con ternura una de sus rodillas y subir hasta su infantil muslo con auténtica misericordia. ella cree que soy un "artista" cuando cada parte incompleta de mis escritos sueltos no alcanza ni la decena de párrafos rayoneados. pero sí, un "artista" como yo merece el gran placer de poder acariciar sin reparos una piel tan perfecta como la de Keiko, después de ser el mimo de las instituciones que vive eternamente mostrando su única e invisible pirueta, avalado por el obseno paso de los años, justificado por su propio derrumbe.
me aparté de Keiko, enmudecí ante su ceguera, desnudo, sentado en la orilla de la cama le di la espalda mientras, antes de intentar perderme en la desesperada lluvia única de Kyoto, me sentí completamente muerto.

oki

pero usted es un artista, señor Oki, no sé si a Keiko le gustaría saber que me repugna su vanal observación. ¿tendrá ella idea del constante filo emocional que ocasiona ser un novelista? ¿sabrá que tal vez intente una novela y emplée en ella toda la vida sin llegar a concretarla de manera satisfactoria para intelecto alguno, incluso, el intelecto reducido de esa amada niña que asevera con certeza y sensualidad que yo soy un artista? pensé que el amor por Keiko nunca se acercaría a ese ademán lastimero que me obligó a acariciar con ternura una de sus rodillas y subir hasta su infantil muslo con auténtica misericordia. ella cree que soy un "artista" cuando cada parte incompleta de mis escritos sueltos no alcanza ni la decena de párrafos rayoneados. pero sí, un "artista" como yo merece el gran placer de poder acariciar sin reparos una piel tan perfecta como la de Keiko, después de ser el mimo de las instituciones que vive eternamente mostrando su única e invisible pirueta, avalado por el obseno paso de los años, justificado por su propio derrumbe.
me aparté de Keiko, enmudecí ante su ceguera, desnudo, sentado en la orilla de la cama le di la espalda mientras, antes de intentar perderme en la desesperada lluvia única de Kyoto, me sentí completamente muerto.

flor

¿dónde estás? soy un anciano viendo el movimiento de los demás mientras espero en un lugar cerrado. el lado cerrado de la realidad. muchas veces me he hecho la misma pregunta hasta que selecciono un ejemplar de la pila de revistas enviadas por correo. si tan sólo hubiera ella envejecido asquerosamente me sentiría bien. pero mi obra nunca tuvo un fin concreto con Otoko. para ella nunca fue suficiente. a los cuarenta años de edad luce un piel radiante, una figura esbelta, carnosa y los ojos inquisidores por los que alguna vez quise matarla. quiero matarla. su manera tradicional de manejar el óleo sobre tela la impulsó a la pelea de las cotizaciones. vive en un templo que me provoca fiebre. seguramente las tácticas sexuales que aprendió sumisamente a mi lado las aplica a sus amantes. cada flor que se abre en las páginas de la revista fue creada por ella. flores sin nombre que parecen en llamas. el carácter que adquirió su rostro no puedo soportarlo. mucho menos el prestigio de quien convertí con esmero en un animal de hambre y sed interminables. ahora aparece en las páginas centrales con su kimono intacto, enmarcada por jardines perfectos y un aire de sofisticación que, por haber sido yo su primer hombre, me denigra y humilla hasta que el ánimo se arrastra en la habitación en busca de aquella dirección que me conduciría hasta la hermosa Keiko. debo besar sus pies. debo, con urgencia, satisfacer la hoguera que me causa este enorme desprecio

adula

he utilizado con maestría la adulación y el resentimiento para obtener placeres. no puedo decir que hice cualquier cosa para continuar mi vocación. mi vocación es mentir aunque sucumbo ante mi escritura como sucumbí ante los muslos húmedos y los pequeños pies de Keiko. cada vez que escribo espero obtener algo. gracias al resentimiento soy "el novelista". mi poder en japón es tal que puedo desparecer del mundillo de las artes y aislarme en algún templo para ver cómo las gotas de rocío se aferran a los árboles, cuando así lo dicte mi ánimo. la maravillosa lucha del rocío que sólo he visto en Kyoto sobre la alfombra de la niebla. con todo, el animal del alma siempre insiste en volver, olisquear a quienes pretenden, como yo, ser bufones de un público ignorante, y soportar que los hombres de reducido corazón se acerquen afanados para adular al aldulador, mentir al mentiroso había dicho Keiko ensayando ironía. debo admitir que sólo tengo para dar un irremediable resentimiento. y, también agradezco, humildemente, la invitación. ciertos escritores, en la primera oportunidad, me toman por el codo al caminar, mientras platican de lo que, sumergidos en su egocentrismo, consideran "aportaciones" al lenguaje. quienes nos ven pasear tan juntos por los brillantes jardines de algún metálico museo podrían interpretar el hecho como una muestra de afecto y condescendencia hacia mi edad. en cambio, yo lo veo claramente como el acto rastrero en un desesperado intento por escalar la jerarquía del reconocimiento público.
¿no se dan cuenta que no he hecho más que destruir? son tan entusiastas que no dudo de los frutos insípidos y grises que obtendrán mientras viven la paz insoportable de lo que, imaginan, es el éxito

su....otoko

Otoko pretendía ser una "intelectual" y nuestra cercanía la impulsaba a creer que podría conseguirlo, su sexo, en ocaciones, me hacía olvidar sus dieciséis años de edad. reconozco que la traté como a un adulto. su vanidad no tenía límites. pretendía experimentar con la primera personalidad masculina que tuvo a su alcance: la mía.
"cuando mientes nuestro punto irreconciliable crece entrelazado con él mismo, dentro de él mismo" había escrito en una de sus tormentosas postales. la frase me hizo escuchar la voz de Otoko naufragando en un sarcasmo mediocre. el dardo lanzado por ella no impidió que yo pensara con deseo en el movimiento de sus labios, el tono en su garganta..
no tuve más remedio que mentir ¿qué más le toca hacer a un ser tan tímido? cada reconstruída sombra de mi vida carga una gran parte de ficción! ¿cómo me descubrió Otoko? sólo ella pudo tocarme hasta ese punto, sólo ella consiguió herirme así. ¿el amor le daba el derecho de ponerme la verdad en la cara, de exhibirme en nuestra intimidad? esa noche Otoko se salvó de la muerte porque el objeto con que apreté su garganta reventó. la pobre creyó que sería fácil construirme desde los escombros. dudé tanto de su inteligencia entonces. cuánta soberbia pataleaba desde el mar negro de sus ojos en cada fracasado intento de reconciliación. pero Otoko era una daga en sus intentos. con su blanca piel enrojecida, temerosa, me pareció tan bella que acepté sus disculpas con la única y firme intención de acariciarla.

portugal

Cuando estuve en casa abrí el libro del escritor Portugués donde se encontraban algunas anotaciones absurdas que hacían referencia al tormento de haber conocido a Otoko. Mientras la niebla se desplomaba en el jardín de casa, tras el ventanal, pensé que Otoko no había sufrido por completo. Un sacrificio mediocre me había entregado, sin siquiera responder a las notas que le envié con su mucama durante años, o por lo menos no con la imediatez que yo esperaba. Los papeles que ella enviaba, decorados con acuarelas magnificas no me entregaron más allá de un "no". No. Comenzó la fina lluvia cotidiana de Kyoto y volví a imaginar las manos infantiles de la que fue mi amante, las manos frágilas que alguna vez se aferraron con súplica al amor que intentaban prodigarme mientras yo infringía el dolor que consideré necesario para que ella nunca me abandonara. para Otoko nunca hubo suficiente dolor.

keiko

"punto de la vida donde parten el pastel las madres" esa definición de sí misma me entregó Keiko cuando me percaté que, probablemente, ella no había cumplido catorce años de edad. ignoro qué hacía Keiko en la facultad esa mañana pero la mirada que encontré en ella manifestaba un brillo sensual independiente de todos mis recuerdos. repasé con prisa cada uno de los gestos de Otoko en mi memoria intentando a la vez dar una respuesta lo suficientemente seductora para el intelecto de la muchacha, su cuello era el más blanco delicado que había tenido cerca hasta entonces. su yugular latía tan cerca de mi pecho. keiko hablaba de una de mis novelas cuando el motor responsable del surgimeinto de mi literatura se accionó repentinamente: la timidez. toda mi vida la timidez ocasionó que las personas me vieran con desconfianza. esa desconfianza de los demás me hizo sentirme rechazado en cada momento. sólo hasta que publiqué mi primera novela, la novela que Keiko mencionaba, sentí la aceptación de quienes se encontraban conmigo después de haber sido influenciados por la literatura. quise huír con esa niña en el preciso instante de mi vulnerabilidad. quise quebrar su cuello y arruinar el brillo de la mirada que intentó desafiarme.
toqué su barbilla, volví a las dulces aliteraciones con que ella me había hablado: punto de la vida donde par Keiko detuvo el camino de mi mano ten el pastel las madres..." completó, entonces brotó en mi el impulso suficiente para creer de nuevo en mis palabras.

pienso en Otoko y en la forma en que mancillé su adolescencia, la manera en que ella permitía que la ensuciara con mis manos. hoy que es una gran pintora y hace tanto tiempo se alejó de mi tacto para sumergirse en la enorme mansión de su trastornada femineidad estoy más derrotado que nunca. ¿sirve acaso una palabra cuando a mi no me cree mi propia boca? las conferencias que doy en Tokio me hacen sentir fraudulento. de algo tengo que vivir ¿por qué el destino logró que fuera a traves de ella? mientras abandono la facultad después de entregarme al humillante espectáculo, unicamente deseo estar solo, o con ella (dos de mis circunstancias imposibles) pero ser novelista implica continuar con la verguenza de la propia obra encima y la tortura de convertirse en un anciano libidinoso, lo suficientemente célebre como para impedir que en mí pueda brotar el ánimo de incomodar a cada detestable hombre que me aborda. durante esa ya no extraña emoción conocí a Keiko